10.3.12

hombre segmentado


El hombre colecciona constantemente trozos de la ciudad como un general que trata de armar el mapa de un imperio enemigo encontrado en los restos de un botín, ordenando y reordenando los pedazos sobre una mesa inmensa, buscando algún punto débil en las murallas que defienden la capital.

El hombre va por la ciudad, por calles, librerías y cafés solitarios. Se sienta a media mañana bebiendo el sol que le llega lejano y tibio. A veces cree estar bajo una piscina, rodeado de sonidos sin forma y de reflejos celestes - en una dimensión desconocida, de tiempo lento y de luces oblicuas - y se palpa el bolsillo derecho del pantalón para sentir la llave del cajón inferior de su escritorio, donde ha guardado las estrellas de un cielo nocturno, traficado en secreto a través de las aduanas de todo el mundo.

En una caja de madera tiene las viejas armas de su existencia. Las balas de plata, el martillo y las estacas. Pero la caja ha permanecido cerrada y en sombras por mucho tiempo y su recuerdo se adormece con los años. La vieja guerra sigue en alguna parte - según sabe de cuando en cuando - pero las batallas se le confunden en la memoria y el miedo que se aferraba a la piel bajo un cielo en llamas le parece ahora un sentimiento extraño: algo escuchado de pasada en un mercado o tal vez leído de pasada desde la ventana de un bus en marcha sobre un cartel pegado en alguna muralla.

El hombre va por los días fumándose un cigarrillo a pesar de todo, bebiendo líquidos que despierten el espíritu y pasando páginas de una sonriente irrealidad. Nada profundo. Mientras ordena tazas y platos en el lavavajillas canta acompañado del estéreo "these mist covered mountains, are a home now for me...", una brisa marina le seca el sudor de la espalda y por unos segundos vuelve a sentir una exactitud geográfica y esa segura vectorialidad que creía perdidas.

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