27.2.14

identidad

Hace seis meses, antes de tomar el vuelo a Nueva York, los pasajeros debimos registrar nuestros ojos en un nuevo dispositivo electrónico. Este dispositivo capta el diseño del iris el que, según dicen, es tan personal como una huella digital. Ésta, nos informaron, será la técnica global de identificación en dos años más.
Adiós a los carnéts, pasaportes, visas, tarjetas de crédito, de salud o de seguro social. Toda la información de una persona estará codificada en la imagen de su iris, la que será efectiva en todo el planeta y para toda tramitación.

Ese día del viaje íbamos con espíritu alegre y con aire de vacaciones. Nos acompañaba nuestra hija más pequeña y para mi esposa y yo era como una segunda luna de miel.

Cuando me pidieron entrar a la cabina para el registro de mi iris tomé de la mano a la niña (mi mujer la había dejado conmigo y había entrado a otra cabina) y me senté con ella en las rodillas.

No tienen que decírmelo - se que fue estúpido. Pero, sentado ahí, esperando, intenté hacer reir a mi hija, le quité de las manos el conejito de peluche que ella lleva a todas partes y lo coloqué frente a mi cara diciéndole que él también debía pasar el proceso, justo cuando el rayo celeste de la maquinaria captaba la imagen de mi iris.
Todo sucedió muy rápido, la puerta de abrió y una voz computarizada me pidió dejar lugar al próximo pasajero.

No se qué hacer. Ahora viajo a todas partes con el conejo de peluche. Mi hija me lo facilita con serias advertencias y tengo pesadillas con lo que podría ocurrir si algo le sucede al deshilachado y manchado muñeco. El conejo me observa por las noches con el único ojo que aún le queda y que, lo juro, tiene una expresión de burla.

22.2.14

mitad de sol

pongo a la venta en eBay una mitad de sol atrapada
- rayos en buen estado
usada sólo para madurar trigales
una mitad buena y tranquila

se aceptan cheques al portador - sillas pintadas de azul
promesas - Pay Pal - como el comprador quiera
no sujeto en absoluto
a leyes de oferta y demanda

5.2.14

billar

no creía en segundas oportunidades hasta que una noche cayó ese rayo a doscientosdiez centímetros de su estructura humana y le hizo saltar en una hipérbole desparramada setecientosveintitrés centímetros más allá, cayendo sobre el césped mojado y quedar de espaldas mirando las constelaciones después de dos vueltas y media sobre su eje más largo.
allí, en silencio, con la llovizna sobre el rostro, alcanzó a contar trescientastreintaydos estrellas antes que la sirena de la ambulancia acuchillara el espacio y se depositara a susurrar con los olores que emergen de la tierra cuando llueve.
después de eso comenzó a creer en segundas oportunidades.
e incluso tiempo después de eso notó que algo burbujeaba en su pecho como volcán, como geiser, como cabecita de tulipán.
tras todos los exámenes el médico le dijo que no era nada, que no se preocupara.
no se preocupó.
como en esa película de pistoleros, montó potros imaginarios y cabalgó hacia el oeste, en busca de lo impredecible.