Simón, el sumo sacerdoteA mi primer trabajo en Tel Aviv me iba en bicicleta. Crié una frondosa barba en esos tiempos. Vestía camisetas, shorts, sandalias. Estaba a cargo de la Casa de los Peces en el Zoo de una universidad. Era trabajo y diversión. Una gaviota macho había tomado territorio en toda el área de entrada, por lo que todas las mañanas amarraba la bici y tenía que pedirle permiso para entrar. Simón (así se llamaba la gaviota) hacía los ya conocidos displays de propiedad - graznaba hacia el cielo y batía las alas. Había que esperar a que te dejara pasar. Si lo intentabas antes que él estuviera dispuesto, echaba el cuello adelante con la cabeza baja, pegada al suelo, en la postura que entre las gaviotas quiere decir "un paso más y ataco". Si uno retrocedía, Simón lanzaba algunos graznidos, volvía a batir las alas, pero al final caminaba a un lado indulgentemente y te permitía pasar.
Después que preparaba varias mezclas para alimentar a los peces, yo salía hasta la puerta con algunos pescaditos muertos y se los lanzaba a Simón, el que corría por el pasto a tragárselos. Yo lo consideraba mi tributo, sacrificio a algún 'dios de las gaviotas', que me permitía ganarme la vida en el Templo de los Animales y ser feliz.
Miguel Ángel perejilCon eso pagaba los estudios, pero necesitaba plata para vivir. Trabajaba los weekends pintando casas. Los pintores pasaban por mí a las seis cada viernes y sábado (esos son los días de descanso en Israel, la semana laboral comienza el domingo) y a brochear se ha dicho. Al fin del día ponían en mi mano unos esperados billetes.
Un día me llama el Director de la Facultad y me dice que llega desde España un conocido científico en su año sabático. Soy de los pocos que hablan castellano entre los 25 mil estudiantes y me pide que lo reciba y le muestre la uni, los laboratorios, en fin, todo. Nos conocemos con el español, un tipo macanudo, simpático y dicharachero. Paso con él un día entero enseñándole el campus, el zoo, las bibliotecas, los cafés...
El viernes los pintores pasan por mí y nos vamos a la ciudad de Kfar Saba. El equipo se disgrega por la casa con tarros de pintura, brochas, rodillos y cigarrillos. Todo el día se brochea y se hacen y reciben bromas. Como a las doce se abre la puerta y entra el dueño de casa con la esposa a ver como va el trabajo. Es el profesor español! - le fue difícil entender qué mierdas hacía pintándole la casa, el mismo ñato que lo había recibido oficialmente en la universidad.
Donde gritas al jefe y 'usted' no existeAl tiempo, cuando ya dominé el idioma empecé a enseñar, dejé el oficio de pintor y las cosas fueron mejorando lentamente. Pero seguí en bici para todos lados por mucho tiempo.
Una de las cosas que al principio me impactó de la sociedad israelí fue la carencia absoluta de formalidad. Viniendo de un país lleno de señor, por favor, gracias, permiso, doctor... donde todos tratan de conseguir algún título -
cualquiera - para ponerse adelante del nombre y donde todos van de traje, corbata y maletín aunque tengan el refrigerador vacío.
Yo estaba con la idea de estudiar y trabajar con un famoso científico. Llamé y me dieron cita. Esa mañana llegué nervioso, lleno de papeles y de discurcitos preparados a hablar con 'dios'.
Me acerqué a la secretaria y le dije que "tengo cita con el Profesor Abel Stratman". "Oh, me dijo, creo que lo escuché por aquí cerca". Se levantó del asiento, sacó la cabeza al pasillo y gritó: "Abeeeeeeel!!!" - se abrió una puerta, apareció un tipo y dijo, "¿Qué?". La secre le dijo: "Te buscan". Yo me acerqué con la mano extendida, "Doctor, yo soy..." - "Ah, hola!, me dijo, Ven!".
Así, lentamente empecé mi segunda vida, en un mundo con una escala de valores diferente. Ahí tenías que ser, no aparentar ser. Por mucho tiempo me quedé pensando que esa secretaria habría sido despedida ipso facto de todo lugar en Chile - por irrespetuosa.